"5 de agosto de 2026. Vendrán lluvias suaves"

El título es de un cuento de Ray Bradbury incluido en Crónicas Marcianas que habla del olvido y la extinción.

Volveremos al pie de ése árbol de grueso tronco y retorcidas ramas a jurarnos aquel amor que no pudimos matar.

¿Volveremos al pie de ése árbol de grueso tronco y retorcidas ramas a jurarnos aquel amor que no pudimos matar?

En lontananza puedo ver aquel árbol en medio del prado al que se accede por un camino cercado, frente a la gasolinera de Cahuacán, después de los campos de futbol y los campamentos de boy scouts, en medio de aquel "silencio" para nada tranquilo del bosque, donde escuchas pasos y voces, ramas que se rompen y el tumulto de una docena de personas, pero que cuando te acercas sólo ves a una a dos personas cortando camino hacía el siguiente pueblo. Un viejo y su nieto atraviesan el prado, mientras tú y yo estamos recostados en la hierba, pensando, diciendo tonterías. Esa es la felicidad, pienso, ser libre y querer a alguien que te corresponde, que va contigo a todos lados.

Nos besamos bajo mi sudadera que hemos puesto para taparnos en sol, te toco aquellos pechos breves y me siento excitado, inmortal, es el arcano mensaje entre un hombre y una mujer a los que el destino ha reunido por algunos años, y que, tarde o temprano quebrará.

Añoranza de lugares y de tiempos. Recuerdos. Una lluvia suave nos hace huir de aquel lugar y encaminarnos a Los Cocos, donde una cerveza helada me despierta de mis ensueños y me lleva de regreso a la triste realidad del trabajo y de la responsabilidad. Nada mejor que una cerveza fría para volver a la vida, marearme y despertar a mis demonios.

Bebí mucho durante 16 años, prácticamente la mitad de mi vida. Por unos 9 años repetía un ciclo, prisionero de mi zona de confort, tomaba los fines de semana con cualquier pretexto, incluso sin ellos, porque sentía que así se mataba mejor el tiempo y se disfrutaba más, buscaba y cazaba, iba por aquí y por allá, en mis ensueños, víctima de mis deseos. Lo tenía todo, pero envidiaba a los demás, porque en el fondo era infeliz y me sentía incompleto. Tal vez era ver toda esa capacidad desperdiciada, o esa energía que no sabía que hacer con ella.

Yo me creía el puto amo del mundo, pero nadie quería ser mi súbdito ni rendirme pleitesía. Cuando bebía el sufrimiento y la insatisfacción se iban por un rato, pero volvían más tarde, cuando me quedaba sólo, arrastrando los pies hasta casa, con los pies mojados y el alma se iba de mi cuerpo. Nunca fui un borracho violento ni conquistador, era más bien de los que les gusta mirar y sufrir en silencio, tomar y tomar, hasta caer, como queriendo olvidar, buscando olvidarse, YO QUERÍA MATARME, pero no era tan valiente como para quitarme la vida en un tris tras.

Un día estuve cerca, pero tuve miedo, y decidí continuar. Me sentí sólo rodeado de tanta gente. Aún recuerdo la pesadez del cuerpo, el traje sucio y arrugado, la camisa mal planchada y percudida, arrastrando los pies en el transbordo de la estación de metro Balderas, parado en el anden vi llegar el metro y yo estaba listo para saltar y que todo terminara ahí, pero tuve miedo del dolor, tuve dudas, y no salté, seguí hasta el trabajo, y después de una dura mañana, me acerque a Guisel y le conté todo. Ella me abrazó, y me dijo que contaba con ella, me dio la tarde libre y caminé, caminé mucho, por Félix Cuevas y Universidad, hacia el Norte, después por Cuauhtémoc hasta Reforma y por fin me detuve en el Monumento a la Revolución. Pensé y repensé qué estaba haciendo de mi vida, y no volví a pensar en el suicido. Una canción me acompañó repetida varias veces en mis audífonos, "Set to attack" de Albert Hammond Jr. Cuando llegué a casa no le conté nada a mi madre ni a mi hermana. De nuevo fui una sombra. Cuando Güera me llamó, como diario lo hacía, le mentí, y le dije que había sido un buen día, pesado como todos, pero común y corriente.

SUFRÍA EN SILENCIO, porque así nos educaron que deben hacerlo los hombres, no podemos llorar en público, no podemos ser débiles, no debemos amar ¡qué pendejas ideas!

La segunda persona que supo lo del suicidio fue Martín Díaz, él lo leyó en mis ojos cuando nos encontramos un mes después en la boda de Maciel, me dijo "Tú tienes algo, no estás bien, amigo ¿qué pasa?" y se lo conté todo. Él me dio unas palabras de apoyo y me abrazó, me acompañó toda la noche, incluso en aquel discurso tonto que quise dar. Después le contó a Monse, y al otro día lloré en su regazo mientras volviamos en metro hacia su casa, confesándole todo, ella creía que con su amor podría curarme. Yo sabía que nada ni nadie más que yo podría hacerlo. No la aparté, valoré su ayuda, como siempre, aunque me sentía sólo la mayor parte del tiempo, ella siempre estuvo ahí, algunos amigos también, mi familia igual.

No estaba solo, pero me sentía sólo. "NO ESTÁS SOLO" le digo a todos y cada uno de los que leen estas líneas.

Adjunto una foto; detrás de mí está el árbol que les platico. Tal vez me ahorque ahí la próxima vez 😅


















Comentarios