TE QUIERO "M"



La conocí hace unos dos años, primero la vi en San Judas, un día 28, se llamaba Alma y vendía discos de salsa en el metro, yo también era “vagonero”, lo mío eran los Dvds de narcos.  A la semana la miré pasar en el andén de 18 de marzo, hacia los vagones de mujeres llevaba los discmans en la mano, yo estaba con otros vendedores en la tercera escalera platicando, mientras la hora pico pasaba. La vigilé de lejos por un rato, hasta que subió al tren, supe que era mi oportunidad y abordé también. 

Coincidimos en el tercer carro, en la estación Tlatelolco, ella entró por la primera puerta, yo por la cuarta, nos vimos desde lejos, cada uno desde su lugar, le hice saber con la cabeza que ella iba primero. Avanzó, se abrió paso, verificó sus aparatos y le dio “play” al reproductor, de su mochila donde tenía una bocina camuflada, salió una ensordecedora salsa: “Tu amor es un periódico de ayer…”, decía. Después puso pausa y comenzó con su discurso:

-Diez pesos le vale, diez pesos le cuesta. Disco compacto formato normal, dieciséis canciones, “La salsa que hizo historia”. Diez pesos le vale, diez pesos le cuesta… 

Tenía una voz perfecta para la chamba. Al terminar, nuestros ojos volvieron a encontrarse, sus labios sin voz me dieron la señal de salida:

-Se va a llevar clon de Dvd, que le contiene el documental censurado en nuestro país titulado “Sicario”. En él conocerá cómo operan las bandas de narcotraficantes, cómo reclutan de la policía a sus nuevos elementos. Escuchará el testimonio de un ex policía transformado en sicario, y cómo estas personas se llegan a cotizar en mercados como el de Ciudad Juárez, hasta en doscientos mil dólares. Dvd titulado “Sicario”, llévelo, diez pesos le vale, diez pesos le cuesta…   

En Guerrero cambiamos juntos de vagón. En Hidalgo tuvimos problemas para entrar y preferimos esperar otro metro. En Juárez continuamos con la venta, ella llevaba tres discos vendidos, yo solo uno. 

En la estación Balderas por poco se queda fuera, cuando el pitido sonó impedí el cierre de las puertas para que pasara, dentro me dio las gracias y me regaló una sonrisa, en su labio de abajo llevaba una perforación, del lado izquierdo, una pieza pequeñita. Abrimos a la gente y reiniciamos la venta, nos miramos de nuevo y me hundí en sus ojos color aceituna, el metro, el tiempo, el mundo se detuvo, la voz de Héctor Lavoe  que salía de su mochila me trajo de vuelta, luego vino su bla bla bla.  Continué mirándola, comiéndomela con los ojos, vi su rostro con gotitas de sudor que bajaban hasta sus pechos, después descendí hasta su ombligo descubierto, luego su vientre, su sexo, sus piernas; al darme la espalda miré con deseo sus nalgas y su cintura. Esta vez fue su voz lo que me trajo de vuelta. “Vas”, me dijo, y tardé en reaccionar, cuando llegamos a Niños Héroes apenas iba a mitad de mi discurso. 

Corrimos hasta el vagón siguiente. En Centro Médico supe su nombre y algunas otras cosas, cuando hablaba tenía la costumbre de mirarme a los ojos, como una bruja echando las cartas, como un tahúr escondiendo la bolita. 

Salimos dos veces, en la primera fuimos a una fiesta de la Línea 4, allí nos dimos nuestro primer faje; en la segunda cogimos en el “Unión” luego de ir al cine a ver “Tranformers”. Ella tenía 21 años y una hija de nombre Génesis. 

Al mes nos fuimos a vivir juntos, rentamos un cuartito en Martín Carrera. Nos iba muy bien, pero no faltaron los envidiosos, su anterior wey anduvo tirándole mierda hasta que lo atoré en Balderas, le canté un tiro en el andén, pero se abrió, al final, caliente como estaba, le puse unos cocos, ni las manos metió. Doña Chelo, mi ex suegra, también quiso aguarnos la fiesta, se fue con chismes a la Sofi, la mamá de Brian, mi hijo, diciéndole que estaba ganando el varo y que todo se le daba a Alma, que la traía como princesa. Un día, muy temprano, aún con la cubeta de la leche, fueron las dos a formarse a los juzgados para acusarme de que no le daba dinero, al final se la pelaron, no sabían mi nueva casa. 

A los seis meses me casé con Almita, por el civil, ella tenía tres meses de embarazo. Hicimos una fiestota en el patio de la casa donde rentábamos, invitamos a la Línea 3, a la 4 y a algunos de la 1, también cayeron unos polis y un par de choferes. Llevamos a los cieguitos que tocan en el metro Allende para amenizar la pachanga. Saqué los pomos, puro Bacardi Solera, y para los meros cuates, “Buchanitas de sellito rojo”, como dice la canción. 

Al final las envidias pudieron más y lo nuestro se acabó, una chavita se nos interpuso, Carolina, se llama, tiene 20 años y también es vagonera, nos topamos en una fiesta de la Línea 2, y pues… uno es hombre y siente. Cuando Alma se enteró, me puso el cuerno con un chofer; después vinieron los pleitos, los gritos, al final me di por vencido y me mudé con Carolina, que dizque esperaba un hijo mío. 

De allí pal real sigo con Caro, ahora vendó galletas Quaker, ella finge ser cieguita y vende Mp3s en la Línea 2. 

Lo último que supe de Alma es que ahora es fichera en una cantina cerca de Revolución, que lleva el pelo güero y que quiere operarse las tetas; últimamente he tenido ganas de buscarla, pero la desidia me gana. De nuestro hijo, no se nada, ya debe caminar, alguien me dijo que se llama Carlos, como yo. 

A veces, mientras espero en el andén a que baje la gente, pienso que esta ciudad es como un monstruo de los que salen en el cine, y que por sus entrañas corren lombrices anaranjadas que tragan y escupen a todas estas personas que dan cuerda al mundo y que van de un lado a otro, pienso también, que nosotros somos un respiro para ellos, que les damos lo que necesitan para seguir adelante: comida, música, historias… que somos nosotros el aceite de esa maquinaria, que tenemos un papel en esta película.




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