Me pone taciturno Bueno, hoy en día casi todo me pone nostalgico. ¡Cómo añoro esos días de pesca cuando con la improvisada red yo y Carlos (mi equivalente de Huckleberry Finn) pescabamos charales en el lago artificial de San Juan de Aragón! Ese recuerdo no sólo me trae una sonrisa, también me trae un deseo; me gustaría que todos los niños pudieran ir de pesca, pero en esta ciudad es imposible. Vivimos tan apretados entre cpncreto y arenizca que algunos peces vivos no son bienvenidos a nuestro experimento social. A fin de cuentas, como plantea William Gibson, nuestra sociedad parece el experimento de un científico neodarwiniano que mantiene presionado el botón de avance. Eso me emputa. Somos victimas y a la vez peones del juego que se han montado los padres y abuelos, bisabuelos y tatarabuelos de la mierda que dirige nuestros destinos; hombres de amplios vientres y calvas cabezas, otrora débiles y siempre oportunistas, que crearon este concepto tan horrible de cómo debemos vivir; ¡puta sociedad de consumo! No tenemos un lago cerca, natural no; con peces endémicos no, incluso los bosques y parques que enorgullecen a tantos están poblados de extraños y de una selección que no es natural. Buscan controlarlo todo, ponen incluso al amor un precio. El cuerpo de agua más cercano y grande que mi cisterna, es el Río de los Remedios, allí, donde excrementos y PET han sustituido a la fauna marina ¡Qué mundo es esté! Nos la hemos montado bien, sin duda.

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