Todos los "brunch" de mañana
Les comparto un ejercicio que hice en el taller de Cuento Nocaut, octubre 2024
Era un domingo frío en Ciudad de México, caían las lluvias de octubre. Inspirado por el algoritmo de Instagram, el aburrimiento y la curiosidad, antes de mediodía tomé el metro hasta Coyoacán a una fiesta algo diferente, la publicidad decía que era un “brunch” con espectáculo tipo cabaret y sadomasoquismo, pero todo muy artístico.
Salí de la estación del metro y dejando atrás un moderno centro comercial, me adentré en un paisaje rústico de calles empedradas, sorteé charcos de agua y al final di con el lugar: una casa de mediados del siglo XX, con aire campestre. Dentro, en un patio invadido por las raíces y ramas de una higuera, una chica con collar de picos y un arnés color rosa me cobró la entrada y me dio a firmar unos documentos que no leí, supuestamente eran un reglamento y la autorización para ser videograbado.
Después llegó una mujer con estilo dark: botas y corset de cuero, debajo llevaba una blusa negra transparente, la vi analizar mi vestimenta que estaba fuera de lugar: pantalón de mezclilla, una camisa a cuadros y unos tenis de lona; sin embargo me invitó a pasar a la casa.
– Apenas empezó el show de Sofi. – Dijo mientras abría la puerta y me dejaba pasar al interior. – Es un espectáculo de burlesque y fuego. Estamos por abrir la parte de arriba, todos los cuartos tendrán eventos y espacios de esparcimiento.
Dentro, en la sala, una chica con poca ropa cantaba en francés, bailaba y se acercaba seductora al público, tenía un tocado en el cabello con unas pequeñas antorchas encendidas, un grupo musical la acompañaba y entre la melodía destacaba un clarinete dulzón, había proyecciones y una tela muy transparente, lo que creaba un efecto de holograma entre la mujer y los músicos al fondo.
Ahí fue cuando la vi por primera vez, era una chica bajita, tal vez de 1.60, cabello negro, ojos café oscuro, piel morena clara, vestía un pantalón recto y una casaca negra tipo militar, en la cabeza llevaba un gorro de estambre rojo con cuernitos, sus ojos eran expresivos, atentos a su alrededor, la miré y me gustó, estaba rodeada de sus amigos, parecía que iba soltera.
Terminó el espectáculo y la mayoría del público se dispersó por la casa, crucé palabras con algunas personas, y en una habitación de la planta alta vi a una pareja pegándose con diferentes tipos de látigos en la espalda desnuda. Entonces avisaron que habría otro espectáculo, un chico delgado, casi desnudo, estaba siendo amarrado con una técnica que llaman shibari para luego ser suspendido de cabeza valiéndose de cuerdas y una estructura metálica, una mujer con arnés de cuero negro y la cabeza rapada dirigia a un hombre grande, más o menos de mi complexión, y una chica pequeña en la operación. Hasta ahí llegó ella y se colocó a mi izquierda “Es mi momento”, pensé, pero luego dudé y no pude hacerlo.
Ambos mirábamos al chico mientras pasaban las cuerdas por su entrepierna, luego lo pusieron de espaldas, viendo hacia a la pared y comenzaron a apretarlas, el tipo grande empezó a jalar la cuerda larga que lo sostendría.
Cuando comenzaron a subir al chico para suspenderlo de cabeza, por fin vencí los nervios y le pregunté a la de los cuernitos si se animaría a hacer algo así, me contestó que sí, que ya lo había hecho antes.
– ¿Y qué más has hecho? – Le pregunté y ella me contó sobre cosas que me costaba imaginar, describiendolas con términos que nunca había oído.
– Pero hoy vengo con ganas de pelearme con alguien. – Dijo después de una pausa, mientras el chico quedaba girando totalmente de cabeza, con los brazos y piernas amarrados hacia atrás, el grandote jalaba con fuerza usando ambas manos, hábilmente pasó la cuerda por una argolla y la aseguró.
- ¿Cómo?- Le pregunté, después de una pausa, la miré a los ojos y vi en ellos la mirada de un niño travieso.
– Que hoy quiero pelearme con un hombre como tú. – Me dijo con una mirada retadora viéndome directo a los ojos, por lo que no pude resistirme, le dije “Jalo”, sin entender bien que estabamos por hacer, y me tomó de la mano, llevándome rumbo a una habitación. Dejó la puerta abierta y nos pusimos a un lado de la cama.
– Pégame en el estómago, primero leve y después cada vez más fuerte hasta que yo te diga que pares y así vamos midiendo qué tanto aguanto. – Dijo, y luego comenzó a quitarse la casaca y después la camisa de hombre, llevaba un top negro en vez de brasier. La gente empezó a curiosear desde la puerta, pero a ella no le importó.
– ¿Estás segura? – Pregunté con pena.
– Sí, dale.
Cerré los puños y le di un golpe de derecha, no muy fuerte, como jugando. Ella sonrió con ternura, le di otro con la izquierda un poco más fuerte, ella hizo un “sí” con la cabeza.
- Sigue. - Me dijo. Y le di otra vez con la derecha, luego izquierda y al final derecha, después otros tres con la misma intensidad, sentía los músculos de su estómago duros como la piedra, aunque no le estaba dando en serio por miedo a sacarle el aire.
Seguí con otra tanda igual, luego otra y una más, comencé a sentirme más tranquilo, libre y en paz conmigo mismo, ya no había inseguridades ni pena, la gente que entraba al cuarto para vernos dejó de importarme. Le di una última, inspiré hondo y exhalé lento mientras bajaba los brazos, todavía con los puños cerrados.
– Mi turno. – Dijo ella. La miré sacado de onda.
– Quítate la ropa – Exigió.
Me abrí la camisa, ella se acercó y la retiró toda, jalándola con fuerza. Mi estómago quedó a la vista, los pelos del ombligo, los pechos grandes que genera la cerveza y la falta de ejercicio. Sentí un poco de pena.
– Tranquilo. – Dijo ella, que vio mi incomodidad, vi que sus ojos brillaban mientras veía mi panza, luego la tomó con ambas manos, la acarició y volvió a decir “Mi turno”
Se puso en guardia y sin avisar comenzó a encajar golpes en mi abdomen: 1, 2, 3, pausa 5, 6, 7, pausa, comenzaba siempre con la mano izquierda, sus puños eran pequeños y suaves, pesados pero no tan fuertes, golpeaba como un adolescente, no tenía las uñas largas ni pintadas, me concentré en su respiración y las pausas en sus golpes.
1, 2, 3, pausa, 5, 6, 7, pausa. Izquierda, derecha, izquierda, luego otra vez, izquierda, derecha, izquierda. Vi que movía los pies como si estuviera bailando, y recordé una pelea que perdí cuando estaba en secundaria, porque a pesar de mi tamaño siempre he huido de las peleas.
1, 2, 3, pausa 5, 6, 7, pausa. Pero en sus golpes no sentí odio de por medio ni la ganas de imponerse al otro. Me dejé llevar, pensaba en lo raro que era conocerse así, mientras que a lo lejos un dolor creciente me recordaba lo que estábamos haciendo.
1, 2, 3, pausa 5, 6, 7, pausa…
– Listo. – Dijo al fin, - ¿Qué tal estuvo? - y con eso me sacó del ensueño.
– Bien, me gustó – Le contesté con sinceridad.
– Gracias. – Dijo y se acercó, alzó los brazos y rodeó mi cuello con ellos, yo le correspondí y nos abrazamos por un largo rato, sentía como su respiración y sus latidos bajaban de intensidad. Los cuernitos de su gorro me picaban la barbilla, y lo que acabamos de hacer se sintió mejor que muchas que pensé había hecho el amor, era liberador, íntimo, aún estando rodeados de gente. Estaba presente la adrenalina de haberse peleado con alguien, pero también la complicidad, y el sentimiento de unión con la otra persona, no me había sentido así en mucho tiempo.
Poco a poco los curiosos comenzaron a retirarse del cuarto. Tomé su rostro y le di un beso que ella correspondió, nos vestimos, me ayudó a ponerme la camisa y yo a ponerse la casaca, luego me tomó de la mano y me llevó a la planta baja de la casa.
Bailamos techno hasta casi medianoche uno junto al otro. Finalmente nos separamos con promesas de volver a vernos en la próxima fiesta y animarnos a usar el látigo, la cera y cuanta cosa hubiera disponible. En el taxi de regreso a casa sonaba una canción que decía “Corazón mío, corazón mío, resiste cuanto puedas tu desvarío”, y aquel estribillo definía lo que traía en la cabeza: era un loco en sus treintas que no sabía bien hacia donde iba su vida, ilusionado por una chica con la que se acababa de enfrentar a puñetazos y de fondo una escena techno sadomasoquista a la que quería volver pronto.
J.G. Fuentes.
Ciudad de Mexico, octubre de 2024.
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