Dulce sueño

Últimamente duermo mucho, y por lo tanto tengo sueños largos, para nada complejos, pero con muchos recuerdos; en ellos las pocas chicas con las que he compartido mi vida se confunden y terminan siendo la misma persona. 

Hay también en mis ensueños muchos deseos insatisfechos, y lindos recuerdos de cosas lejanas ya. 

La noche del 4 al 5 de noviembre, volví a soñar con lo que he nombrado mi onírica Kadath, en remembranza de aquel relato de Lovecraft que no terminé de leer pero que trata de una ciudad a la cual el protagonista acude en sus sueños. 

MI KADATH es una ciudad vieja del tercer mundo, muy probablamente ubicada en México, porque no conozco otro país, y eso puede limitar mis recuerdos, los cuales considero el combustible de los sueños. Se halla sobre un cerro o colina larga, como los que visito últimamente en mis carreras, y está lleno de iglesias abandonadas y antiguas, una de ellas, la que más destaca, su fachada está formada por el rostro del "Ecce Homo", un cristo sangrante cuya mirada lastimosa dirige al cielo, implorando.

Sí, ahora que lo pienso, me recuerda un poco al Castillo de Grayskull, aunque tendrían que ver aquel rostro lastimero pues resulta tétrico y sobrecogedor. 

Soñé primero con el CCH Azcapotzalco, donde cursé el nivel de preparatoria, yo era un yonqui -adicto- flaco, y acompañaba a unos cuates a llevar una serenata cutre con una bocina a una chica que vivía a unas calles de la escuela; cerca de una escalera en una colina donde fue grabado en video un fantasma tipo sombra.

Estaba oscureciendo, pues aún y cuando el turno al que estaba inscrito concluía a la 1 de la tarde, algunas veces me quedaba hasta la noche a perder el tiempo; camino a la serenata fui a cambiarme los tenis a la banca de mi crew, o grupo de amigos, los skatos. Vi cientos de rostros de chicos saliendo de clases, algunos conocidos otros no, además de una o dos chicas con las que creo tuve oportunidad y nunca les hablé. 

Finalmente, yendo a la serenata me encontré antes que ellos a la chica que buscaban mis amigos, ella me reconoció entre mi demacres, yo era su ex novio, aunque no le recordaba claramente, vi lástima en sus ojos, probablemente era Gaby, Güera o Éricka, como te digo, con el tiempo las iré fundiendo en mi recuerdo.

El Morrison o el Merol, alguno de esos chicos gorditos y ridículos le cantó The Man Who Sold The World, y en eso consistió su serenata, no recuerdo el resultado de sus conquistas.

Yo estaba parado detrás de ellos, flaco como un esqueleto, con los ojos hundidos, tambaleante, drogado o pedo, tal vez con la ropa interior húmeda de orina. Mis recuerdos de aquella época son turbios, sólo recuerdo que pasaron muchas cosas en poco tiempo, que consumía libros y drogas, alcohol y tonterías, a veces robábamos, otras propiciábamos peleas en las cuales finalmente no me inmiscuía por cobarde. En el fondo siempre fui un fantoche.

No pocas veces me pregunto cómo es que sobreviví a todo eso. Recientemente le conté a mamá que había reprobado todos los cursos de matemáticas en la preparatoria, ella nunca lo supo hasta ahora. Como ese hay decenas de secretos todavía, de los cuales también me he ido olvidando.

Yo le decía "Naranjita Dulce" a aquella chica, como a mi hermanita perdida Mariel, la que mi padre abandonó en la Casa Cuna que está por Viaducto en el año de 1991, pues éramos muy pobres para sostenerla.

Con pena y arrastrando los pies me fui rumbo al metro El Rosario, aquellas eran líneas impresionantes, con puentes y muchas correspondencias que iban a todas partes de la Ciudad, el piso estaba resbaloso, había muchas escaleras, el metro no pasaba y varios nos resignamos a irnos caminando por el túnel, cuidando de vez en cuando nuestras espaldas para permitir el tren que nos alcanzaba.

Llegué así  a la oculta Kadath, una antigua y tétrica Ciudad llena de iglesias abandonadas, incluida aquella cuya fachada es el Divino Rostro lastimoso y sangrando. Aquella Ciudad estaba más arriba del Tepeyac, en otra colina, algunas personas iban de aquí para allá entre sus calles empedradas, como peregrinos, yo las veía desde las alturas de un teleférico o un barco volador, el Holandés Volador, pudo ser.

Alguna vez visité esa Ciudad, era peligrosa porque en las faldas del cerro había cientos de casas apretujadas, como favelas, con delincuentes e invasores dispuestos a cenarse tus ojos y tus entrañas. Kadath contaba con acueductos y canales de piedra abandonados, y en gran parte se hallaba inexplorada, pues mucha gente, incluidos los vecinos de abajo, la consideraban maldita, los visitantes eran cautos y sólo acudían a los templos que ya conocían y consideraban seguros. Cabía también en esa Ciudad a donde mueren las iglesias, el templo de San Lázaro donde los Rolling Stones grabaron un video.

Finalmente, mi sueño terminó cuando llegué a casa de mis abuelitos en la calle 315, justo a la hora de comer frijoles recién hechos con tortillas recalentadas -gordas, les decía mi abue Chole-, servidos en un plato de plástico amarillo, el cual ponía sobre un banco a manera de mesa, y yo me sentaba en otro taburete más pequeño, para disfrutar de aquel manjar.

Todavía recuerdo el olor y sabor de esos frijoles, la casa de los abuelos al atardecer, las manos gorditas de Chole que me hacían pajaritos de migajón, tacos bien formados, y tortas sencillas pero perfectas, las cuales comía con fervor. Melchor sentado a la mesa, con un plato hondo de caldo de pollo, y enmedio un huacal oscuro. Mi abuelita sentada en su banco rojo, siempre junto a la estufa, cuidando las gordas y echandólas de vez en cuando en una servilleta finamente bordada. Un atole de masa calentándose en el fuego, o agua para preparar un Nescafé. 

Recuerdo toda la escena, como si la viviera de nuevo; así fue mi infancia, correr de los cuartos miserables donde crecí, escapar de aquellas penas a mi pequeño cielo personal que era la cocina de mis abuelitos. 

Tal vez cuando muera regrese a ése lugar donde fui tan feliz a comer aquellos frijoles y sentarme a oír historias de mi Cholita. Ingenuamente espero que así sea el cielo o aquello que hay después de la vida. 

Nada de eso existe ya, ni la casa, ni mis abuelos, sólo los recuerdos que guardo con cariño y de los cuales nunca había escrito.

Ilustro esta entrada con un gif de la serie anime Evangelion, donde el protagonista imagina un mundo ideal, lo que el desea que hubiera ocurrido, pero que finalmente no pasó. 

La realidad que le habría gustado vivir en vez de aquella depresión y guerra donde fue inmerso a la fuerza.  

-Espero que sea linda.- Le dice Shinji a Asuka al referirse a la chica nueva. 

YO TAMBIÉN espero que sea linda, digo mientras mis dedos tocan el teclado y forman palabras en la pantalla.



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