Amenaza

Podría ser el calor, una epidemia, la desesperación, pero la población del país aumentaba como una gangrena incontenible. Organismos vivos, larvas, millones de ojos recién abiertos buscando la luz del sol. Las ciudades, principalmente el Distrito Federal, se transformaron en el refugio de millones de provincianos que deseaban a toda costa modernizarse, ganar más dinero, progresar de la noche a la mañana. O acaso llegaban a la ciudad en busca de un trabajo negado en su tierra, lo que sea, pero aquí estaban, depositando la mitad de su estómago en las tuberías. El metro no cumplía sus primeros cinco años de existencia, pero los vagones resultaban insuficientes para transportar a tanta gente a sus casas; cada tren tenía nueve vagones y en cada vagón cabían cincuenta familias. Si los políticos prometían más líneas de metro, los habitantes de la ciudad procreaban con rapidez vertiginosa. En Pino Suárez cuando los relojes marcaban las cinco de la tarde, decenas de policías se colocaban a lo largo de los andenes para evitar que la gente se precipitara en las vías. En los pasillo principales de la estación, a partir de la pirámide descubierta durante las excavaciones, la gente se detenía  comprar dulces de amaranto, tónicos vitamínicos, o a tomar jugo de cala en pequeños conos de papel. Bebían jugo de caña para reproducirse, para estar más sanos, para saturar todos los vagones de todas las líneas de todos lo metros que el gobierno amenazaba construir.

Guillermo Fadanelli. Educar a los topos.

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