"... la lección suprema –revela al despedirse de la Corte– la recibí una mañana dramática del año de 1927. Se presentó en el Juzgado un abogado alto, delgado, nervioso, quien solicitaba con urgencia ser recibido por el juez. Varias personas habían sido detenidas en días anteriores, como presuntos responsables de un atentado contra el candidato oficial para la presidencia de la República. El abogado, al atravesar, con rumbo a su despacho, el Paseo de la Reforma, advirtió que, en torno a la Inspección de Policía, una multitud daba muestras de gran agitación. Se le informó que cuatro de los detenidos iban a ser pasados por las armas. De inmediato se dirigió a pedir amparo al Palacio de Justicia Federal. Ni siquiera conocía los nombres de los prisioneros que hubieron ser localizados en un periódico del día; tampoco lo ligaban con ellos vínculos ideológicos o religiosos. La demanda de amparo se admitió, y se decretó la suspensión de oficio; pero las puertas de la Inspección –que se abrieron para recibir a numerosos invitados al fusilamiento– permanecieron cerradas para el actuario del juzgado y para el defensor espontaneo de los detenidos, D. Luis Mc Gregor. El atentado se consumó; más a mí me quedó grabada para siempre la figura de aquel caballero andante del siglo veinte que, en su sencilla grandeza, arrostró el peligro de enfrentarse a un gobierno arbitrario, en su intento de salvar la vida de cuatro personas que le eran desconocidas."   

Palabras de despedida de la Suprema Corte de Mariano Azuela Rivera.





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