Mientras yo desplegaba el documento y leía, Wanda tomó tintero y pluma, se sentó
luego a mi lado, pasó el brazo alrededor de mi cuello y miró el papel por detrás de mí.

El documento decía así:

CONTRATO ENTRE LA SEÑORA WANDA DE DUNAIEW Y EL SEÑOR SEVERINO DE KUSIEMSKI.

«El señor Severino de Kusiemski quiere, desde el día de hoy, ser el
prometido de la señora Wanda de Dunaiew, renunciando a todos sus derechos de
amante y obligándose, bajo palabra de honor y caballero, a ser su esclavo, en tanto
que ella no le conceda libertad.
Como esclavo de la señora Dunaiew, tomará el nombre de Gregorio, y se
compromete a satisfacer sin reservas todos los deseos de la susodicha señora, su
dueña, obedeciendo todas sus órdenes, siéndole humildemente sumiso,
considerando cualquier merced que reciba como Uña gracia extraordinaria.
La señora Dunaiew, no sólo adquiere el derecho de golpear a su esclavo por
las faltas que cometa, sino también el de maltratarle por capricho o por pasatiempo,
incluso hasta matarle, si le place. Queda, en suma, en su propiedad absoluta.
Si la señora Dunaiew concede libertad a su esclavo, el señor Severino de
Kusiemski se compromete a olvidar todo lo que, como esclavo, haya podido sufrir,
y a no vengarse jamás, en ninguna manera por ningún medio y bajo ninguna
especie de consideración, ni a ejercitar acción alguna contra aquélla.
Por su parte, la señora Dunaiew se obliga a comparecer vestida de pieles con
la mayor frecuencia ante su esclavo, incluso cuando se muestre cruel para con él.
Hecho hoy...»



El segundo documento sólo contenía estas palabras:

«Cansado de las decepciones de un año de existencia, pongo fin libremente a
mi vida inútil.»

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