1 de #Madio
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Era muy temprano cuando
salí de casa, mamá me había pedido un taxi con el celular de la muchacha. En el
aeropuerto me senté lo más alejado que pude de la gente. En caso de urgencia en
la terminal 1 podía encerrarme en los baños que están al final del pasillo,
entre las paredes de acero del sanitario, e ignorar también los reclamos de la
gente que buscaba dejar medio estómago en la Ciudad de México antes de subir al
avión.
Quise comerme un
emparedado del Subway pero me ganó el
miedo de que alguien pudiera reconocerme; rehuía las miradas de los jóvenes, en
particular de aquellos que llevaban alguna prenda o tenis de skateboarding,
cuando huyes crees que todos te están observando, sufres cualquier mirada; era
como haber fumado mota por primera vez. Al final compré unas galletas y me
senté en la última fila de asientos. Me había rapado la cabeza y llevaba puesto
un ridículo sombrero de pescador, una camisa de mi padre y un pantalón de
mezclilla que un día compré en el súper que nunca me había puesto, demasiado
ancho y pasado de moda,. Auténtica moda carcelaria.
Bastó llegar al
aeropuerto, y pasar al área de revisión para darme cuenta de lo ridículo que me
veía, no quería llamar la atención, pero era lo único que provocaba aquella
ropa.
-Quítese el cinturón.-
Me ordenó un guardia. –No uso.- Le dije, y me levanté aquella camisa enorme,
llevaba una agujeta amarrada en la cintura a lo Jamie Thomas. Aquel señor de
ojos saltones y enrojecidos me miró con desprecio y me dejó pasar.
El tiempo pasaba lento,
hubiera querido estar drogado o pedo, pero no podía llamar la atención de la
gente en un restaurante o de las azafatas al subirme al avión, así que compré
tres botellitas de whiskey y me las tomé en un rincón.
Un tipo blanco, de
cabello castaño, alguien a quien en Aztlán llaman güero, muy delgado, vestido
como un preso, embriagándose en la última fila de asientos antes del amanecer;
era la víctima perfecta de una pareja de policías judiciales. Pero no pasó
nada, nadie me tomó en cuenta, creerían que era sólo otro loco en la madrugada.
Abordé el avión sin problemas,
la sobrecargo sólo verificó que el nombre del boleto y mi identificación
coincidieran, aunque aquella era la credencial para votar de mi padre. En
verdad soy su reemplazo en este mundo, me resigné.
En el avión me puse
unos audífonos viejos de diadema que conecté a un reproductor MP3 de mis
tiempos de la prepa. Trate de hallar Breathe
de Pink Floyd de oído, como lo hacíamos antes y me acomodé en el asiento, afortunadamente
la hilera iba sola; sin embargo, la memoria estaba llena de ska y hip hop, resignado,
dejé una canción llamada Reggae Sin Nombre.
Mientras el avión subía
llegábamos hasta las nubes y el cielo azul marino comenzó a clarear. Pensé en
Alma, Alma feliz, Alma molesta, Alma llorando, eso último me desarmaba, podía hacer
cualquier cosa con tal de detener su llanto, una mujer así de hermosa no debe
llorar nunca, decía yo…
Alma muerta.
Alma con los pechos ensangrentados llevándose
las manos hacia el corte de su garganta, aquel grito ahogado, por haber quedado
inservibles sus cuerdas vocales, sentada en el piso de la regadera, con la
llave del agua fría totalmente abierta, queriendo parar el sangrado.
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